Cada ciclo mundialista México encuentra la manera de romper algo frente a todos. Pasó de sufrir para clasificar en 2010 y 2014 a ser cuestionado incluso cuando gana, pero no de la forma en que su afición exige. Desde septiembre, la selección dirigida por Javier Aguirre vive entre la desconfianza y el desgaste emocional; carga tantos fracasos recientes que cualquier resultado termina sabiendo mal. La derrota 2-1 frente a Paraguay en San Antonio no fue casualidad ni un invento del arbitraje: fue otra muestra del declive constante que empaña la ilusión rumbo al Mundial.
El único sostén del Tricolor hacia la próxima Copa del Mundo es ser anfitrión junto a Estados Unidos y Canadá. Sin eliminatorias que jugar, Aguirre sumó seis partidos de preparación desde la conquista de la Copa Oro 2025, casi todos contra selecciones mejor posicionadas de Asia y Sudamérica. México empató con Japón (0-0) y Corea del Sur (2-2), cayó estrepitosamente ante Colombia (4-0) y, ya en casa, tampoco logró imponerse a Ecuador (1-1) y a Uruguay (0-0), encuentros marcados por miles de voces exigiendo la salida del “Vasco”.
Los resultados y una relación cada vez más rota entre equipo y afición apagaron cualquier discurso de avanzar a octavos de final; hoy se habla más de retrocesos, falta de entrega y esa historia repetida que persigue a la selección. Paraguay reforzó esa narrativa. Con un cuadro cercano al que irá al Mundial, México volvió a mostrar fragilidad: errores de Israel Reyes, Jesús Orozco y Luis Ángel Malagón facilitaron los goles de Antonio Sanabria (48) y Damián Bobadilla (56). El penal de Raúl Jiménez (54) apenas maquilló un flanco defensivo que no deja de sangrar.
La impaciencia en las tribunas —muy lejos del lleno esperado en el Alamodome— derivó en el protocolo antidiscriminación tras el grito ofensivo contra el portero Orlando Gill. Ni Edson Álvarez ni el propio Jiménez pudieron calmar los ánimos, esto último después de sus declaraciones criticando a la afición mexicana en Torreón. El año termina así: México, campeón de la Copa Oro y la Nations League en una región accesible, cerró seis partidos sin ganar frente a rivales internacionales, confirmando que el verdadero reto no es el Mundial, sino reencontrarse consigo mismo.