En pleno auge de los ritmos gruperos y norteños, cuando el reguetón apenas empezaba a asomarse tímidamente por las bocinas de América Latina, una canción con tintes de desparpajo, rebeldía y picardía llegó para quedarse en la memoria colectiva: "Niña Fresa", de la Banda Zeta.
Lanzada a principios de la década de los 2000, esta canción no solo se convirtió en un éxito de fiestas, bailes y karaokes, sino que también marcó un punto de inflexión en la música regional mexicana al mezclar el estilo tradicional de banda con letras atrevidas, irreverentes y una estética urbana juvenil que se salía del molde.
La Banda Zeta, originaria de Veracruz, se caracterizó desde sus inicios por romper con las fórmulas convencionales del género. Mientras muchas agrupaciones se enfocaban en temas de amor, despecho o corridos, ellos apostaron por una línea mucho más ligera y divertida. En "Niña Fresa", retratan a una chica que aparenta sofisticación y clase, pero que, en palabras de la canción, "por las noches se transforma".
El tema fue todo un fenómeno no solo por su ritmo contagioso, sino porque conectaba con una juventud que se reconocía en esa dualidad entre lo que aparentamos ser y lo que realmente somos. Además, la letra fue considerada provocadora para su época, lo que solo aumentó su popularidad.
A esto se suma que su videoclip, con una estética noventera que hoy resulta nostálgica, circuló ampliamente en canales musicales y plataformas digitales, contribuyendo a su expansión viral, incluso antes de que lo “viral” fuera un término popular.
Aunque a simple vista parece una canción desenfadada y bailable, “Niña Fresa” también puede leerse como una crítica a los estereotipos de clase y a las apariencias sociales. Habla del contraste entre lo que se proyecta en público y lo que se es en privado, en un contexto en el que muchas juventudes luchaban por encontrar su identidad en medio de presiones sociales.